El dolor adolescente
- Mila Rodríguez
- 10 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept
Tuve la ocasión de oír directamente a José Antonio Luengo Latorre, autor del libro El dolor adolescente, en la 3ª Cumbre Iberoamericana sobre Adolescencia – Etapa crucial. Un espacio inspirador, en el que se compartieron miradas profundas sobre uno de los momentos más decisivos de la vida: la adolescencia.

Me marcó especialmente su ponencia, en la que puso palabras a algo que vemos cada día: los adolescentes cargan con dolores que a veces no sabemos nombrar, pero que se manifiestan en forma de ansiedad, miedos, autoexigencia, sensación de vacío o conflictos con su identidad.
Luengo nos recuerda que el sufrimiento en la adolescencia no es un capricho ni una moda, sino una realidad que merece escucha, acompañamiento y respuestas respetuosas. Su libro es un viaje a las entrañas de esas emociones difíciles, un recordatorio de que detrás de cada adolescente hay un mundo en construcción que necesita ser comprendido antes que juzgado.
La adolescencia es una etapa llena de cambios, descubrimientos y posibilidades. Sin embargo, también es un tiempo de fragilidad y vulnerabilidad. Como adultos, a menudo nos preguntamos: ¿qué les pasa a los chicos?, ¿son más débiles que antes?
La respuesta no está en ellos, sino en el entorno que hemos creado. Los adolescentes crecen en una sociedad occidental marcada por el hedonismo, la búsqueda del éxito rápido, el predominio del capital y la inmediatez. Vivimos en un contexto que prioriza el crecimiento económico y el consumo, más al servicio del mundo adulto que de las necesidades reales de niños y jóvenes.
Esta presión invisible actúa como una “OPA amigable”, casi sin darnos cuenta: “no tengo mucho tiempo para darte, pero vas a tener todo a tu alrededor para poder vivir bien”
La vida impone a los padres unas exigencias, con frecuencia no deseadas, que deja secuelas en los jóvenes. Ese dolor adolescente no siempre es visible. A veces es rotundo, se expresa con claridad y nos alarma. Otras veces es silencioso, apenas perceptible, pero igualmente dañino.
Como padres, docentes o acompañantes, necesitamos cambiar la mirada:
No juzgar su fragilidad como debilidad.
Reconocer que detrás de muchas conductas hay una lucha interna por sostenerse.
Ofrecer espacios de escucha, confianza y acompañamiento real.
La vida les impondrá retos y exigencias, sí, pero nuestro papel como adultos no es añadir más peso, sino enseñarles a gestionarlo sin perder su voz, su calma y su esperanza.
👉 Como educadores, familias y profesionales, tenemos la responsabilidad de generar espacios seguros donde puedan expresar ese dolor y transformarlo en aprendizaje, resiliencia y confianza en sí mismos.
Me quedo con una idea poderosa:
Acompañar no es resolver, sino estar presentes, escuchar y ofrecer esperanza.
📚 Si trabajas o convives con adolescentes, te recomiendo la lectura de este libro. Y si quieres seguir reflexionando sobre cómo acompañar mejor esta etapa tan crucial, podemos conversar juntos: el cambio empieza por comprender.


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